Las cartas ya no se usan; las extraño. Hay cierto romanticismo en ellas, quizá es porque se usa pluma, papel y la mejor letra que se pueda hacer. Mi letra es horrible, verdaderamente espantosa, llego a esforzarme muy de vez en cuando, pero no se le puede pedir mucho a unos dedos barrocos.
Me han regalado un cuaderno, cuatro cuadernillos y unos plumones de punto fino; esas personas me conocen muy bien. Me regalaron también ausencia, esa persona también me conoce muy bien. Fue mi cumpleaños, y como ya no se estila el telegrama y las cartas, recibí cibertarjetas y mensajes al celular. De aquel que me regaló ausencia no llegó mensaje, ni llamada, ni mail, nada. Quizá pasó lo que antaño sucedía, las cartas eran presas del extravío; si, podías equivocarte en el código postal, podía la carta atorarse en el buzón de la oficina de correos; las cartas eran víctimas de la lluvia, el viento o el descuido del cartero. ¿De qué o quién son víctimas las ciberletras?
Ahora bien, puede ser que aquel no mandó nada, porque no lo recordó o porque es muy consistente con su obsequio y hasta hoy no sé nada de él. Yo nunca he sabido esperar, me gusta la claridad y la certeza, soy necia. No quiero esperar, tampoco quiero contestar una carta que nunca llegó. Quiero despedirme.
Las despedidas son mejores en persona, ¿cómo despedirse del ausente? Puedo ir a buscarlo, se donde vive; sin advertencia llego toco el timbre, él saldrá o no saldrá. Me iré. Podría también escribir una carta para vaciar en ella mí terrible padecer y la alarmante noticia: me voy lejos, a donde los huracanes no lleguen, “adiós querido, adiós”; quizá la lea, quizá piense que es falsa publicidad o el cartero la pierda…la lluvia podría borrar sus letras.
Las cartas ya no se usan; porque este mundo está lleno de ausentes o no hay personas dignas de recibir el mejor esfuerzo que estos dedos barrocos puedan hacer. Se estila el “mensajito” vía celular, depende de tu “plan tarifario”, pero más o menos por la módica cantidad de 1.50 puedes despedirte desde la comodidad de cualquier lado. ¿Se pierden? No dudo de que haya posibilidad, pero es breve, frío y absurdo; tan tentadoramente sencillo, tan adecuado para estos días, en lo que desaparecer, estar ausente, o restarle importancia a las personas esta tan “in”.
Me han regalado un cuaderno, cuatro cuadernillos y unos plumones de punto fino; esas personas me conocen muy bien. Me regalaron también ausencia, esa persona también me conoce muy bien. Fue mi cumpleaños, y como ya no se estila el telegrama y las cartas, recibí cibertarjetas y mensajes al celular. De aquel que me regaló ausencia no llegó mensaje, ni llamada, ni mail, nada. Quizá pasó lo que antaño sucedía, las cartas eran presas del extravío; si, podías equivocarte en el código postal, podía la carta atorarse en el buzón de la oficina de correos; las cartas eran víctimas de la lluvia, el viento o el descuido del cartero. ¿De qué o quién son víctimas las ciberletras?
Ahora bien, puede ser que aquel no mandó nada, porque no lo recordó o porque es muy consistente con su obsequio y hasta hoy no sé nada de él. Yo nunca he sabido esperar, me gusta la claridad y la certeza, soy necia. No quiero esperar, tampoco quiero contestar una carta que nunca llegó. Quiero despedirme.
Las despedidas son mejores en persona, ¿cómo despedirse del ausente? Puedo ir a buscarlo, se donde vive; sin advertencia llego toco el timbre, él saldrá o no saldrá. Me iré. Podría también escribir una carta para vaciar en ella mí terrible padecer y la alarmante noticia: me voy lejos, a donde los huracanes no lleguen, “adiós querido, adiós”; quizá la lea, quizá piense que es falsa publicidad o el cartero la pierda…la lluvia podría borrar sus letras.
Las cartas ya no se usan; porque este mundo está lleno de ausentes o no hay personas dignas de recibir el mejor esfuerzo que estos dedos barrocos puedan hacer. Se estila el “mensajito” vía celular, depende de tu “plan tarifario”, pero más o menos por la módica cantidad de 1.50 puedes despedirte desde la comodidad de cualquier lado. ¿Se pierden? No dudo de que haya posibilidad, pero es breve, frío y absurdo; tan tentadoramente sencillo, tan adecuado para estos días, en lo que desaparecer, estar ausente, o restarle importancia a las personas esta tan “in”.
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