Mi hermana se preocupa porque a su hija no le gusta ir a la escuela, a mí, me da mucha risa, dicen las madres “lo que no has de ver en tu casa lo has de tener”.
Yo la entiendo, ir a la escuela no es agradable, para mí nunca lo fue: levantarse temprano, desayunar apresuradamente, vestirse rápido, los dientes ¿olvidas algo? Y te vas… te llevan. Y cuando uno crece es más o menos lo mismo con el trabajo.
Pero estaba con lo de la escuela. Entiendo a mi sobrina, que es una pequeña ratona blanca de ojos rojos; a ella le gusta roer, saltar trechos que parecen imposibles y sobre todo cepillar al gato; para ella la escuela es una de esas cosas absurdas que los adultos requisitan para el buen vivir. Y cuando uno crece es más o menos lo mismo. “¿Estás titulado?” al parecer la respuesta en negativa es presa de incomodidad sueldo minúsculo.
Se puede pensar, quizá sin errar del todo, que estar titulado es necesario; no sólo por lo de los sueldos, sino para dejar terminado algo que se hubo de iniciar, y del tal suerte, recibir a bien al silencio de la afirmación: si, estoy titulado.
Silencio. Mi sobrina ratona no gusta de los silencios, ni siquiera sabe hacerlos. Con los años se aprende; yo he aprendido a hacerlos, a respetarlos, a disfrutarlos y buscarlos. “¡Eliza, silénciate!”, decía mi abuela. Por eso disfruto ir a Oxford, el bosque que resguarda es silencioso; incluso en días de fuertes vientos, los árboles sólo murmuran.
¿Quién conoce el silencio de bosque? ¿y qué tal la oscuridad?
En realidad el silencio absoluto en un bosque es casi imposible, y si lo hay, es realmente escalofriante y alarmante, normalmente estos momentos anuncian un terremoto o una terrible tormenta. La oscuridad en un bosque, si que puede llegar a ser absoluta; se ejemplifica siempre con la expresión “no te ves ni el dedo frente a tu nariz” y es verdad.
La semana pasada estuve en una oscuridad absoluta, que amenazaba mi rumbo y paso constante. Pero sólo fue momentáneo, una luz tenue apareció enfrente de mí, guiándome.
Seguí caminando hacia el fin de semana hasta que la oscuridad se disipó, sin mucha sorpresa pude ver que Rafael había estado todo el tiempo conmigo, antes y después de la oscuridad de bosque.
Yo la entiendo, ir a la escuela no es agradable, para mí nunca lo fue: levantarse temprano, desayunar apresuradamente, vestirse rápido, los dientes ¿olvidas algo? Y te vas… te llevan. Y cuando uno crece es más o menos lo mismo con el trabajo.
Pero estaba con lo de la escuela. Entiendo a mi sobrina, que es una pequeña ratona blanca de ojos rojos; a ella le gusta roer, saltar trechos que parecen imposibles y sobre todo cepillar al gato; para ella la escuela es una de esas cosas absurdas que los adultos requisitan para el buen vivir. Y cuando uno crece es más o menos lo mismo. “¿Estás titulado?” al parecer la respuesta en negativa es presa de incomodidad sueldo minúsculo.
Se puede pensar, quizá sin errar del todo, que estar titulado es necesario; no sólo por lo de los sueldos, sino para dejar terminado algo que se hubo de iniciar, y del tal suerte, recibir a bien al silencio de la afirmación: si, estoy titulado.
Silencio. Mi sobrina ratona no gusta de los silencios, ni siquiera sabe hacerlos. Con los años se aprende; yo he aprendido a hacerlos, a respetarlos, a disfrutarlos y buscarlos. “¡Eliza, silénciate!”, decía mi abuela. Por eso disfruto ir a Oxford, el bosque que resguarda es silencioso; incluso en días de fuertes vientos, los árboles sólo murmuran.
¿Quién conoce el silencio de bosque? ¿y qué tal la oscuridad?
En realidad el silencio absoluto en un bosque es casi imposible, y si lo hay, es realmente escalofriante y alarmante, normalmente estos momentos anuncian un terremoto o una terrible tormenta. La oscuridad en un bosque, si que puede llegar a ser absoluta; se ejemplifica siempre con la expresión “no te ves ni el dedo frente a tu nariz” y es verdad.
La semana pasada estuve en una oscuridad absoluta, que amenazaba mi rumbo y paso constante. Pero sólo fue momentáneo, una luz tenue apareció enfrente de mí, guiándome.
Seguí caminando hacia el fin de semana hasta que la oscuridad se disipó, sin mucha sorpresa pude ver que Rafael había estado todo el tiempo conmigo, antes y después de la oscuridad de bosque.
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