Recientemente descubrí la ópera. Mi padre la escuchaba provocándome serios disgustos, yo quería escuchar su soundtrack del Padrino para bailar a todo lo ancho de la sala; me tocaba soportar. Luego la olvidé. Ahora no solamente me gusta, en las últimas semanas de mi vida se ha convertido en el reflejo de mis exageraciones: eso es —me digo—, un rato de actuación, música, escenografía ¿cuánto vas a invertir en tu producción?
De entre todas las cosas que arroja para que mastique mi mente, la cuestión esta de producir una obra que, en la opera, no podría nunca ser pequeña, que si sencilla. Hacer que todos los elementos cuadren es para verdaderos expertos, que los asistentes encajen con todo el montaje es cuestión de magia. Eso me ha parecido cuando afuera de Bellas Artes he visto llegar, con toda ostentación, a los que traen sus boletos de entrada en las bolsas. Nunca he ido a la ópera, soy cibervoyerista.
Por otro lado las voces, los solistas. No podría ser protagonista, en la imaginación no logra llevarme tan lejos, yo casi siempre soy bailarina, coro o cello. El protagonismo y yo no logramos empatar en saludable convivencia; me devora la vanidad, el ser impostado me domina hasta casi desaparecerme, lo cual precede a un largo proceso de recuperación de mí; la batalla deja heridos por todos lados.
Me maravilla –y yo que ya casi no me sorprendo– por eso no me causa la mayor sorpresa y admiración las obras que con apostilla de “arte contemporáneo”, pretenden inyectarme las más famosas galerías y las más perras productoras de artistitas. ¿Cómo podría yo sorprenderme ante una chavita más que enseña las tetas o hace un video semiporno? Es sólo una más desde que yo ahorraba para comprarme casetes. ¿Y la producción, el esfuerzo, la neurosis, el perfeccionamiento del humanoide?, no las mezcladoras, no los mismo ritmos, no el exceso de luces; sino la educación musical de años, los ensayos de 100 personas, el ensamble de esfuerzos, la realización del imposible.
La ópera no es para chavitas, mis amigos editores no me dejarán exagerar: la edición tampoco. Hay disciplinas que no admiten flojera o “bomberazos”, como el ballet o el buen sexo –aunque en este último caso, nunca sobrará el famoso rapidín que saca de estrés y angustia a toda persona que no sabe de dominio propio, que anda de aventuras o que ya tiene hijos–.
En una de esas conversaciones poco penosas me han hecho pensar que quizá no hay tanta distancia entre el mundo pop y la neura de lo riguroso; pero aún tengo que rodear más la idea pa´ entrarle al argumento.
Por último quiero anotar uno de los resultados de una buena producción artística: otra cosa, algo más. Yo no sé si ese algo más sea novedoso o revolucionario; lo que sé es que inspira… lo que quieras: otra versión, otra obra, una idea, claridad, desagrado. No te pasas de largo, no te pasa de largo; como cuando conoces a ciertas personas, las cuales sugieren –por lo menos para mí– que no es una perdida de tiempo escucharlas porque algo más generará el encuentro con ellas.
De los amigos que tengo, que ya son pocos, la mayoría me hacen esta cosa rara, y es sencillo, sin pretensiones ni expectativas; nos inspiramos y por eso no los puedo dejar ir tan fácil; es la diferencia con la ópera: el trato con mis amigos no requiere de esfuerzos. Hecho tanto en falta a algunos de ellos, a otros tantos les agradezco estar siempre incondicionalmente. No así con el único ser humano que me es la obra operística más catastrófica y minimalista, que desearía no tener complejidades conmigo y yo también, pero tal argumento no existe en la ópera. Me es el mayor de los esfuerzos; es la única persona que me vendió la idea de montar la mayor producción, invirtiéndolo todo; sin garantías. A él también lo hecho en falta cuando no está conmigo, porque como en cualquier ensayo, después de tanta repetición dan ganas de jamás volver a ver a los otros; pero también como en todo ensayo, después de tantos meses uno le toma cariño a los que, junto con uno, se esfuerzan en la diaria obsesión de hacer posible lo imposible.
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