Ya había soñado con ella, muchas veces; y no me refiero a que era una fantasía, existía por ahí con todo el mundo, con sus pantalones a cuadros.
Los sueños. Hay de dos, los de cama y los de dormir; a él se le antojaban las dos cosas en una misma persona y en una misma realidad, algo le hacía sospechar que era verdadera y a la vez se sorprendía de lo inesperada de su llegada… bueno de su regreso, que no era un regreso, era más como un volverse a ver.
Era y para ser con ella, tenía que dejar de ser-lo y ella también. En eso se transformaron, junto con los árboles y lo más terrible que se puede ser: un estúpido Werther.
Al parecer ha mutado en un ser-lo: lo que ha de olvidarse, lo que ha de lamentarse, lo que ha de perder visibilidad mental con el andar de los benevolentes días, para no ser terriblemente otra.
Los sueños. Hay de dos, los de ojos abiertos y los de ojos cerrados, y ella vive entre los dos, esperando.
Me acabo de dar cuenta de que la gente no se va, tan sólo continúa. Cuando la gente se muere, pues eso: se muere. Deja de estar, aunque la recuerdes, aunque guardes su ropa apolillada o le dediques todas tus victorias académicas: ya no está. Pero cuando la gente no está ahí presente, existe la amenaza de volverla a ver. En una fiesta. En la calle Madero. El Bar. Su cafetería. El metro. Entre la multitud de un concierto. Se te pasa el susto después de muchos años. Platicas, gritas, lloras; igual que cuando alguien se muere. Yo lloro hasta cuando matan animales en las películas, por eso mi llanto no se lo toman en serio. Igual que el que se la pasa posteando que está miserable y triste después de años de una relación amargada: ya nadie le cree. La gente no le da oportunidad a sus caprichos: después de unos años ya no lo vas a querer. Sí, después de algún tiempo puedes notar que es cuestión de orgullo: es por ti, no por el otro. Por eso sufrías (o sufres) tanto, ...
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