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Conmiseración

Hace falta más que feromonas; no sólo la inteligencia -quizá ni siquiera tenga mucho que ver-, el verbo utilizado con maña. Hace falta lo otro y el otro. Es una ecuación; pasivo-activo, activo-activo -nunca pasivo –pasivo, así no se obtiene resultado-. Lo he visto reflejándose en el tecnicolor, cruzando las piernas, un poco derretido absorto en su mente.

Sus ojos cuando se cierran.

Lo primero que veo cuando abro mis ojos, son libros, luego doy vuelta: cobijas.  En la madrugada -cuando dicen que todos los gatos son pardos- unos ojos que me ven, un sudor que respiro.
Las cosas de cada cual con las suyas.

Llegará el día en que yo misma abra los ojos y lo vea, podré confirmar mi última teoría: nadie es tan especial. El Incauto, seducido por su propio entusiasmo, se cree que el otro es un mueble que podría colocar donde le dé la gana.
Una boca que no sabe besar.

Lo otro. Sobre todo letras, juntas o separadas: no/ tengo / sueño. Pero también los zapatos, los juguetes, y los bigotes. Yo traigo “algunas” y “alguienes”, decía Teobaldo: esto que vez es lo que hay. Yo le decía, como creyéndome: acá, conmigo, hay lo de siempre pero con una voluntad que quiere, que deja de ser un poco para que tú seas un pedal de mano todo tu necio deseo.
A poca discusión y mucha posesión: boca de pescado.

***


Escríbeme un drama, no me lo vivas, yo quiero ser actor, que no victima de tus verboides.


Única escena. El cosmos. Saturno entra arrastrando un crío muerto. No eres inocente, cuando atraviesas mi nulo interés con la más absurda propuesta: yo mando, tú obedeces y te callas porque estoy trabajando en la mejor radionovela que la humanidad conocerá.  Los dos con la  designación que quieras, a mí los nombres no me importan.

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