Hay un placer extraño en sentarme y no hacer nada. Pero no en mi casa, si me siento allá estoy inquieta casi con angustia, a menos que esté viendo videos viejos en el YouTube.
Si me siento en un lugar extraño puedo relajarme al punto de quedarme dormida.
En casa no puedo porque cuando mis ojos se quedan fijos en un punto me dicen que estoy “loqueando”, como si loquear fuera malo o el presagio de un desastre.
Ayer fue la última vez.
Hoy no fui directo a casa, me vine a una inauguración con el peligro de encontrarme con el capataz de mis ojos. Me he citado con un cómplice. Lo estoy esperando.
Sentado en el sillón de enfrente, un señor de zapatos muy boleados, algo zapatea, algo hace en su celular, respira tranquilo.
Yo traigo un mareo que ya me está asustando. La semana pasada volvió a pasar, esas malditas convulsiones por nada. Estoy tan mareada y temblorosa-de-manos que me parece que las personas alrededor lo notan.
Ya llegó. Iré por una copa de vino. Espero no caerme.
No era él. Vuelvo a sentarme. Me ha costado trabajo caminar y detener el temblor de mi mano –ya note que es sólo la derecha-. Aun no sirven el vino.
Hablan al micrófono. Dos copas de tinto. Llegó y hable y hable, el habló,nos escuchamos.
Libros “independientes”. Quiero dos. El rojo ese y el de la portada rosa con muchas letras. El café que tome no me dejará dormir.
Plática de editores y “letristas”. Cenas y ojeras para estrenar. He perdido casi 10 kilos ¿Y el mesero de charola tambaleante? Libreros, dibujos, propuestas. La librería, tan bonita que es. Dos personas nuevas, muy agradables. No quiero ir a casa.
El temblor se fue, ahora, más que nada, un agradable cansancio ¿Es la luz del baño? No, si estoy ojerosa y pálida. Tengo ya varias noches sin dormir, sin descansar.
Temo ir a casa. Pero allá voy, para pegar el tapiz estampado Acapulco.
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