1
Es un verdadero misterio. Traté muchos años, busqué debajo de su ropa sucia, entre las pelusas de su sleepingbag (el cual usaba de cobija), en las botellas de Corona abandonadas en la cocina, y nada. No lograba comprender el aciago afecto que me profesaba cada de vez en cuando.
Así era de inconstante, distante y de repente muy cercano, demasiado. Llegaba después de meses de silencio o de vacaciones existenciales: “Ya regresé, han pasado muchos días, lo sé, pero ya estoy aquí y tu también… y yo sólo quiero estar contigo”. Al principio yo me dormía primero, el veía la televisión y luego a media noche me sorprendía con un abrazo limosnero.
Con los años aprendí a dormir después, así entonces escarbaba entre sus libros, en el botiquín de aquel baño antiguo, despertaba al Señor Cortázar y le preguntaba: ¿lo ha visto? Y él siempre contestaba lo mismo: No puedes, por razones técnicas1. Y así fue, por razones técnicas deje de despertarme para buscarle a escondidas, así que los últimos años le preguntaba a medio día, cuando ninguno de los dos reflejaba sombra: ¿Para qué me quieres?
Y él volvía a largarse.
A la segunda
“Yo quiero decirle todo, eso me provoca, confesarme con ella”. Despacio es mejor, yo le contesté a mi metanfetamínico amigo, aquel que urgido de cumplir los designios de su propio raciocinio existencial, salía a la búsqueda de lo que parecía ser el siguiente paso en la guía de la vida.
Él rebosa de vida, exuda entusiasmo de vivir y de hallarla junto de él tumbada en el colchón: míralas (ella le dice), que hermosas las estrellas en estos parajes, viven allá distantes, ¿nos observan? ¡Dios nos observa? Aquel le explica con sobrecariño, apenas puede contestarle… incluso dentro de su propia fantasía. Porque así es extraño para el mundo, pero no para ella y por eso la busca y la halla, tan cerca que puede susurrarle todo el plexo de barbaridades que ha vivido y que desea vivir con ella y sólo con ella.
A las tres: Juana Gallo
“Verás, es que con ella nada es simple, todo es de colores y deben estos ir en orden: matiz y tonalidad. Así que decidí ya no pintarle nada, nada para ella, las pocas obras que dibujé las vendí y ahora soy fotógrafo.” Se silencio y escogió así, la participación de la siguiente consursante: Juana Gallo.
Juana Gallo no cacarea. Ella gusta de lo florido y los colores pastel, es una persona retro: se viste de acuerdo a la ocasión, cocina, sacude, barre y cuida niños como si hubiese sido ya madre. Pero no hay madre que quepa en ella.
“Juana, dime, ¿tú qué quieres?” sacó sartén, harina, huevos, leche y ya no pude ver que más, así batiendo contestó: yo le dije que sola no puedo hacerlo todo, admito que soy inútil para muchas cosas, no puedo cargar un garrafón y no se manejar cuentas bancarias. Quisiera vivir en una casa sobre una carreta para poder comenzar en otro lugar cada que sea necesario. Y así los dos, queríamos lo mismo, pero se fue.
Juana Gallo tuvo un amor en su vida, no fue aquel con quien comenzó la construcción sobre la carreta, no, de ninguna manera, ese era ya el último resquicio de enamoramiento que le quedaba. Una vez la Gallo entregó su corazón cual ritual azteca. Aquel se llamaba Fausto, un hombre de lo más pusilánime que se puede imaginar, así lo quería ella, aquel era todo lo que ella deseaba ser y él era como quería ser todo el tiempo: un patán en tecnicolor.
1. Cortazar. Happy New Year.
Es un verdadero misterio. Traté muchos años, busqué debajo de su ropa sucia, entre las pelusas de su sleepingbag (el cual usaba de cobija), en las botellas de Corona abandonadas en la cocina, y nada. No lograba comprender el aciago afecto que me profesaba cada de vez en cuando.
Así era de inconstante, distante y de repente muy cercano, demasiado. Llegaba después de meses de silencio o de vacaciones existenciales: “Ya regresé, han pasado muchos días, lo sé, pero ya estoy aquí y tu también… y yo sólo quiero estar contigo”. Al principio yo me dormía primero, el veía la televisión y luego a media noche me sorprendía con un abrazo limosnero.
Con los años aprendí a dormir después, así entonces escarbaba entre sus libros, en el botiquín de aquel baño antiguo, despertaba al Señor Cortázar y le preguntaba: ¿lo ha visto? Y él siempre contestaba lo mismo: No puedes, por razones técnicas1. Y así fue, por razones técnicas deje de despertarme para buscarle a escondidas, así que los últimos años le preguntaba a medio día, cuando ninguno de los dos reflejaba sombra: ¿Para qué me quieres?
Y él volvía a largarse.
A la segunda
“Yo quiero decirle todo, eso me provoca, confesarme con ella”. Despacio es mejor, yo le contesté a mi metanfetamínico amigo, aquel que urgido de cumplir los designios de su propio raciocinio existencial, salía a la búsqueda de lo que parecía ser el siguiente paso en la guía de la vida.
Él rebosa de vida, exuda entusiasmo de vivir y de hallarla junto de él tumbada en el colchón: míralas (ella le dice), que hermosas las estrellas en estos parajes, viven allá distantes, ¿nos observan? ¡Dios nos observa? Aquel le explica con sobrecariño, apenas puede contestarle… incluso dentro de su propia fantasía. Porque así es extraño para el mundo, pero no para ella y por eso la busca y la halla, tan cerca que puede susurrarle todo el plexo de barbaridades que ha vivido y que desea vivir con ella y sólo con ella.
A las tres: Juana Gallo
“Verás, es que con ella nada es simple, todo es de colores y deben estos ir en orden: matiz y tonalidad. Así que decidí ya no pintarle nada, nada para ella, las pocas obras que dibujé las vendí y ahora soy fotógrafo.” Se silencio y escogió así, la participación de la siguiente consursante: Juana Gallo.
Juana Gallo no cacarea. Ella gusta de lo florido y los colores pastel, es una persona retro: se viste de acuerdo a la ocasión, cocina, sacude, barre y cuida niños como si hubiese sido ya madre. Pero no hay madre que quepa en ella.
“Juana, dime, ¿tú qué quieres?” sacó sartén, harina, huevos, leche y ya no pude ver que más, así batiendo contestó: yo le dije que sola no puedo hacerlo todo, admito que soy inútil para muchas cosas, no puedo cargar un garrafón y no se manejar cuentas bancarias. Quisiera vivir en una casa sobre una carreta para poder comenzar en otro lugar cada que sea necesario. Y así los dos, queríamos lo mismo, pero se fue.
Juana Gallo tuvo un amor en su vida, no fue aquel con quien comenzó la construcción sobre la carreta, no, de ninguna manera, ese era ya el último resquicio de enamoramiento que le quedaba. Una vez la Gallo entregó su corazón cual ritual azteca. Aquel se llamaba Fausto, un hombre de lo más pusilánime que se puede imaginar, así lo quería ella, aquel era todo lo que ella deseaba ser y él era como quería ser todo el tiempo: un patán en tecnicolor.
1. Cortazar. Happy New Year.
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