Quisiera mucho que fuera irrevocable, quisiera quererle como me quiere. Porque aunque sé que no lo hará me gustaría que volviera y la odio por eso, porque me tiene enfermo, con la sensación horrorosa de que ha sido todo en vano.
Tanto querer, tanta inversión en amar, tantas llamadas hechas, ¡intentos, intentos, intentos! intenciones tácitas que han acabado, que me desgastaron un poco. Ya no nos tenemos y sin embargo sigo viéndola en fotografías y sigo pensando que es mía.
Yo como el más enamorado de los tontos, con la estúpida esperanza de recibir una llamada mágica en la que se disuelva este odio: la odio y me odio porque no puedo dejar de quererla tan fácilmente como hizo ella.
Quererla era doloroso, ahora es inútil y recalcitrante.
Palabras tantas al aire, un olor, un peso, muchas costumbres, años en la basura. Lloremos, cada quien en su rincón. Lloremos porque uno quiere y el otro no. Que así se acabe. Y silencio.
Me acabo de dar cuenta de que la gente no se va, tan sólo continúa. Cuando la gente se muere, pues eso: se muere. Deja de estar, aunque la recuerdes, aunque guardes su ropa apolillada o le dediques todas tus victorias académicas: ya no está. Pero cuando la gente no está ahí presente, existe la amenaza de volverla a ver. En una fiesta. En la calle Madero. El Bar. Su cafetería. El metro. Entre la multitud de un concierto. Se te pasa el susto después de muchos años. Platicas, gritas, lloras; igual que cuando alguien se muere. Yo lloro hasta cuando matan animales en las películas, por eso mi llanto no se lo toman en serio. Igual que el que se la pasa posteando que está miserable y triste después de años de una relación amargada: ya nadie le cree. La gente no le da oportunidad a sus caprichos: después de unos años ya no lo vas a querer. Sí, después de algún tiempo puedes notar que es cuestión de orgullo: es por ti, no por el otro. Por eso sufrías (o sufres) tanto, ...
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Sí, yo puedo reconocerme en el querer pero puedo admitir ahora que he fracasado.