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Soten y Zareth

Lola muñeca de bulbos desatiende a Soren pues no puede dejar de contar: 79, 68, 54, 211; desorden extraño para una neurótica obsesionada con el "qué será". Tan no esta al tanto, que no ha escuchado tan importante noticia, enfrente de su casa, en la casa abandonada, ahora habita Zareth.

Soren se escabulle entre las ramas, ahí lo sorprende Zareth. Muy pronto terminan sentados, toman té extraño que Soren solo finge beber. — Y Soren, dime entonces que cura el empacho de cococha—, el niño de diáfana estructura, sin mucho esperar, responde casi con acento de obviedad —Succionaciones de ojo… pero estas sólo funcionan si las hace Lola… y hay que tener cuidado porque muchas succionaciones de ojo hacen que estos se te conviertan en bocas, es raro porque no ves lo que dices ni dices lo que ves—. Zareth, sin mucha extrañeza pudo notar que Lola hacia falta — Herr Soren, ¿Dónde esta Lola, porque no te acompañaba en la exploración de mi jardín?— Para hacerse sordo P. Sadnerson es genial, así que continuó con la inicial conversación, —También puede suceder que quieras sin pensarlo o pienses sin querer—, pero esta bruja, a diferencia de otras no es egoísta, así que puede ver el aura de todos los demás; con respecto a esto se atrevió a preguntar —Dime, ¿tú quieres sin pensarlo o piensas sin querer? —.El niño dejo su taza y asintió con la cabeza a manera de gracias, corrió hacia la puerta, pero antes de cerrar logró vociferar, — Puedo hacer las dos… y no solo puedo, si no lo hago me pierdo—. Zareth lo vio atravesar la calle, todo él color azul pálido.
Era la hora de la leche cuando Lola, desde la cocina vio a Soren llegar, no bastó con una gran sonrisa, era necesario un remedio de botica, y es que para jugar a indignarse Herr P. S. es el mejor. Mientras esperaban la borbolla de la leche, Soren dando media cara a Lola recitó:
“No veo lo que digo,
ni digo lo que veo.
Pienso sin quererlo y quiero sin pensarlo…
Solo tengo mapa del lunes pero me las arreglaré para llegar a viernes.”
La nariz del niño acuoso apuntaba al techo, así que no logró ver cuando Lola mezclaba el remedio mágico, ésta era una pócima brujil, de la vecina que Soren pensó que Lola desconocía. Enfrente de él apareció una taza humeante, miró a Lola y enseguida se sorprendió, Lola otra vez estaba acatarrada. El microondas se sintió útil después de tanta ausencia de vigor, calentó en su barriga una taza de té que jamás llegó a su primer hervor; sin embargo era tibia y aliaba el dolor. En el sillón de la sala, cobijados y apachurrados, Soren se sintió en domingo jamás habiendo pasado por viernes, ya no era necesario un mapa, con tan solo haber escuchado a su amiga con voz suplicante, ahí junto a su oreja Lola le pidió:
— Otra taza de té que estoy muy agripada; esta nariz roja no revela moquera, evidencia embriaguez. Que ricos los licores, cuantas veces los he probado y aún dejan en mi boca un dejo de estupidez. Mira ahora que lejos del rojo, nos acercamos más al verde… y no se trata de banderas, se trata de pertenencias. Y es que en una carta encontré “Mi Lola”, esta frase me dejó pensando en rojo tanto tiempo, aun ahora sigo pensando que las letras no convencen. Y ahora todo tan verde agua, ahora aquella carta en blanco y negro me sirve de cobija, sobre todo de pañuelo; como aquél que tenía mi abuela, sirve para: secar, sacar, eludir, absorber, sobre todo sirve para querer. No más pañuelos, no más té, que me traigan a mi Soren de hierro. De "hierro" no solo por vitaminar, sino por extremas temperaturas. “Mi” de pertenencia, pero solo después de haber dado cuenta en la segunda lectura de la mentada carta, que el mismo remitente así se hace llamar. Sigo creyendo que las palabras pueden ser falacias, pero he aprendido a ser ingenua, por eso siento, por eso puedo reclamar al viento: que me traiga a mi Soren de hierro.... y que traiga con él, el chiflido de su nariz.-. ¡Snif, snif!, decía con vergüenza para sí, y es que Soren aún se resiste a llorar frente a Lola, solo por esto ella no ha sabido que su amigo derrama agua, ni siquiera por obviedad.

Entre ventanas las miradas, entre ellas se platican: la vecina está creando un muñeco de bulbos, un muñeco no para que juegue con Lola, un muñeco de bulbos para ella; no para jugar, si no para conservar. Letras, párrafos, imágenes macabras, oraciones, auras, respiración, rojo, blanco… mucho blanco; esta bruja ha puesto a trabajar el caldero, esta mezclando cada ingrediente con paciente rigor….mientras enfrente, otras pócimas se hierven, las entrañas de esta casa en el bosque esperan la noche para su efecto. Las fisgonas ventanas pelean contra el pudor de las cortinas, y es que la casa de Lola estaba sola y ahora con tantas poblando el rededor, ansía ver estigmas, verdes, azules, uno que otro rojo, películas sin fin, narraciones con verbos escasos.

“Si, es el síndrome del eclipse, mocos, ojos llorosos, miedo”, dice Zareth observando el caldero. “Esconderse tras una mancha, no es lo mejor y menos cuando tantos te observan esperando que cumplas deseos, y aquellos dos desaprovechan beber el café en compañía, el mismo Soren me dijo haber dicho a Lola: la compañía conmigo no es tan buena como contigo, ¡Que par! ¿No crees Pelú?”.

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