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Hay una intrusa... 3a. parte

Marcos y trastes

Desayunaban juntas.
- Oye Ricarda – paseaba la cuchara en el plato de cereal.
- ¿Qué? … ¿por qué te quedas callada, Mate? ¿qué te pasa?, dime de una vez lo que tengas que decirme – en realidad lo que le molestaba a Ricarda de su hermana es que se tomaba el tiempo para todo, incluso para desayunar, ella rara vez lo hacia, como en esta ocasión.
- Bueno, ¿recuerdas que hace más o menos mes y medio el cartero dejó mal una carta? – luego se calló con una cucharada de cereal.
- No – hubo un silencio. – Bueno Mate, y que con eso, ¿cuál carta? – En realidad a Ricarda no le interesaba lo de la carta, es que de cuando en cuando sentía remordimiento por ser tan grosera con su hermana.
- Pues es que una mañana tu me encargaste una carta que dejó el cartero en nuestro buzón, iba dirigida a H.M., pero el número en la dirección no era el de la casa, era para el 57; así que ese mismo día fui a dejar la carta a la casa esa. – se levantó muy nerviosa, lo más seguro es que su hermana se diera cuenta de que había algo raro. En efecto Ricarda pudo ver en su hermana un comportamiento extraño.
- Ajá, y ¿qué con eso? Mate… ¡Mate! – Ricarda le gritó cerca de una de sus orejas.
- ¡Carajo Ricarda! Pues que se me ha ocurrido que quizá el H. M. es de Hernadez Moran y a lo mejor se equivocaron en el número y ahora la carta esta en manos desconocidas -. La una se puso roja, la otra blanca.
- ¿Ricarda? ¿qué te pasa? – María Teresa recordó el día en que a su hermana la mandaron a la capital; la recordó saliendo de la recámara de sus padres blanca como un fantasma, nunca hubiera pensado que el castigo al amor o revolcones de paja, como se decía en el rancho, fuera la distancia.
- A mí no me pasa, babosa, a ti qué te pasa, ya cuanto tiene de esto y apenas me dices, pero no pasa nada, ya déjalo así - agarró su bolsa para irse a trabajar.
- Pero… y si … - tartamudeaba jadeante.
- Mira María, ya déjalo así, si esa carta hubiera sido para nosotras ya le hubieran regresado – Se fue.

Las hermanas dejaron de hablarse varios días, para María Teresa fueron las mejores vacaciones de su vida, las cuáles ella misma terminó. Una noche llegó Ricarda con paso acelerado, subió corriendo las escaleras, azotó la puerta de su cuarto, la escuchó sollozar. Llegada la mañana el silencio de la casa la despertó, normalmente Ricarda la despertaba con sus subidas y bajadas, no pudo evitar pensar en lo que le habría pasado a su hermana, sólo se le ocurrió una posibilidad. Acto seguido abrió la puerta del cuarto de su hermana tan abruptamente que la otra se levantó de un salto, no la dejó hablar:
- ¡Ya se que pasa! ¡ya se porque dejaste de quejarte de que te sentías sola! Él vive en el 57 ¿verdad? Eusebio vive en el 57, por eso la carta, por eso te enojaste cuando quise insistir en recuperarla, te dio miedo que me enterara, ¡ay! Ricarda yo no soy como tu, no le voy a decir nada mis papás – Se callaron un momento.
- Si Mate, si, Eusebio vive en el 57, pero ya se fue de ahí, ayer se fue, es más si pasas afuera de su casa, verás una caja llena de cosas que dejó para la basura- María Teresa sonrió cordialmente y luego ambas siguieron con su mañana.

Mate tenía algunos días sin pasar por el 57, le daba pena, ya no era el hermano disléxico de su casa, era el hogar del misterio; pero ese día en que ya el misterio estaba resuelto, recuperó su camino habitual. Cuando pasó por ahí ya no había cajas, pero pudo notar que las cortinas de aquella casa eran distintas, eran las que ella le había regalado a su hermana, aquellas que le habían costado pasar tiempo con Doña Olga, le dio mucha risa, pobre tonta su hermana, tan enamorada de Eusebio.
Hacia las tres de la tarde, cuando el comedor del albergue comenzaba a llenarse, una buena intención nubló la mente de María Teresa; así que pidió permiso para irse. Caminaba corriendo, llegó rápido, tocó la puerta del 57; hasta ese momento todo estaba bien, tenía la esperanza de que Eusebio todavía estuviera empacando.

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