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Hay una intrusa ... 4a. parte

Intrusa

Un caballero alto abrió la puerta.
- Buenas tardes, soy María Teresa Hernández, estoy buscando a Eusebio Nava – El caballero en cuestión enrojeció de la cara y le pidió a Mate entrar, y aunque entrar a la casa de un extraño de comportamiento sospechoso no es buena idea, ni de recomendable curiosidad, Mate entró pensado ingenuamente que podría recuperar sus cortinas.
Por dentro el 57 no era distinto al 75, la distribución de espacios era muy similar, así que cuando fue invitada a la cocina supo a donde dirigirse. – Siéntate, no te voy quitar mucho tiempo- antes de seguir el caballero inhaló, vio hacia el techo, exhaló bajando la mirada hacia su interlocutora; en ese instante Mate recordó las temibles condenas que su padre ejecutaba junto al comal del antiguo hogar, presintió que lo que sería no sería bueno.
- Mire, Señorita Hernández, yo no sé de que era salió su hermana, ni se porque usted no se tomó la molestia de presentarse. Yo soy una persona que aprecia su soledad, y conocer a Ricarda ha sido casi una tragedia para mis costumbres. Se lo dije a ella, ahora se lo digo a usted: no estoy interesado…. – él siguió hablando, pero ella dejó de escuchar después de “conocer a Ricarda”, olvidó a Eusebio, olvidó por completo las buenas intenciones del mundo. Regresó en sí, cuando de un cajoncito de la alacena, el habitante del 57 sacó “la carta”.
- … ya les había devuelto su carta y hace unos meses la volví a encontrar en mi buzón, no sé por que tanta insistencia, y te agradezco mucho las cortinas,… mira la verdad no me importunaba, sólo me parecían un par de señoritas excéntricas, pero ya vino tu hermana a hablar conmigo y ahora tú. No quiero ser grosero, pero si honesto, en verdad no estoy interesado en casarme, mucho menos al estilo... que ustedes tienen; no entristezcas, yo se que encontrarás quien ame tus dolores -. Mate no sabía que pensar, era presa de la confusión, lo único que acertó hacer fue tomar la carta de la mesa y abrirla. Nunca hubiera imaginado que aquella carta contuviera el mismo centro del infierno; su lista, aquella que debiera estar en un cajón estaba en manos de un extraño. María Teresa se levantó, fue hacia la salida, sola se abrió la puerta, sola se sintió en este mundo, por último sólo preguntó.

- Disculpa, ¿cómo te llamas?- Aquel se quedó mudo un momento, igualado en confusión ahora como la habitante del 75 contestó – David Hoobs Martínez -.

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