Lola tiene muchas cajas de zapatos, en ellas habitan sus engendros; ocupan una buena parte del ropero, no estorban.
Soren tiene novecientos veintitrés oleos sin terminar; ocupan ya todo el espacio bajo su cama, no estorban.
Lola ocupa tres cajones de los cuatro que tiene su escritorio. Uno tiene sombreros; el otro cuadernos. El tercero: una caja de medicamentos, apartadores de libros, tres pequeñas cajas; en la tercera guarda un arete roto y un chocolate. En el mentado cajón, una libreta de pendientes y cosas por adquirir; unas tablitas, un encendedor, un ratón y un gato.
Soren ocupa un estante de los muchos que tiene su gigantesco mueble. Debajo de la televisión, y sobre la repisa, una capa de polvo. Junto a la televisión todo o nada; de día nada, de noche todo: el reproductor de música, el porta papelitos de piel, monedas, pelusas, el dinosaurio mocoso que carga con tres llaves: una para la reja y dos para la puerta de madera. Desde hace poco también se encuentran ahí, las llaves del “Laberinto sin minotauro”. ¿Qué hace Soren con las llaves del laberinto de Lola?
En el último día de cuarto menguante, un suceso que no tardaba en presentarse, la parte mas hydesca de Lola se develó. Y esto fue lo que sucedió:
Soren y Lola fueron a una sala de ruidos a cenar. Saltaron, rieron, jugaron, cenaron; dichosa cena aprovecho mucho a Soren, pero a Lola le produjo indigestión. Llegada a su casa se acostó en su cama, en seguida, un remolino proveniente de la luna del ropero hizo volar las cortinas, el estambre que con tanto esfuerzo Lola había desanudado, volaron las hojas del escritorio, se calló la taza de té. Cuando hubo pasado todo, el estambre apareció como un gran nudo de nuditos, el té había borrado las letras de las hojas; aunado al desorden, el fuerte dolor de estómago de Lola había contagiado a su corazón. Estaba tan de malas, tan triste, que se dejo ir, se dejo transformar, así nada más, sin ninguna buena razón; así que corrió a su laberinto a refugiarse, se encerró. Pasaron cuatro días, en cada uno de ellos Soren toco a la puerta del laberinto, la llamó, le gritó, la pensó, nadie contestó. Tremenda frustración la de Soren, saber que Lola estaba ahí sin querer hablar. La tarde lluviosa del día cuatro, Críptica salió. Llegó a tomar un baño, curo su rodilla izquierda la cual estaba raspada; zurció su brazo derecho, el cual estaba descocido; por último suturó una herida en su corazón, por la que se le salía la plastilina.
—Soren— llamaba Críptica a S. Sadnerson para despertarlo; él estaba profundamente dormido en el lado húmedo de la almohada. Respondió muy serio — ¿Por qué te encerraste?, ¿Acaso no sabes que te escucho cuando lo necesitas y te abrazo cuando me fastidias? —. Acto seguido Lola se metió a las cobijas con él; conversaron por un buen rato, de fotografías, de los presentimientos de Lola, de los gestos de Soren, del chocolate, de las canciones que cantan, de cosas que Lola odia escuchar, de sus tristezas, de los tonos grises de Soren. Luego se quedaron en silencio. En algún momento los dos se quedaron sumergidos en el techo. En algún momento Lola comenzó a hablar.
— Soren; me basta con saber lo necesario, lo demás quiero ignorarlo. Es suficiente saber que tu aura es azul pizarra; que examinas los botes de gelatina antes de comerla; que pronuncias dos sonoros “ja” antes de comenzar a reír; que cuando me besas cierras los ojos y exhalas un poco de ti. Me es suficiente saber que en tu playa hay una cabaña blanca, que el sol te despierta; que los parpados de tus ventanas siempre están cerrados. Que el dinosaurio ya no tiene moco. Yo se todo eso y otros detalles que te hacen ser lo que eres; pero no se bien que me das, ni porque… no puedo nombrarlo. Sadnerson, yo tengo un bosque con los árboles más diversos, es un bosque frío, casi siempre silencioso. Tengo noventa y siete plumas, de las cuales solo uso una, para escribirte, para imaginar que es cuchillo y jugar a que soy Norman Bates y tu Marion Crane. En el bosque el laberinto; en el centro de éste he enterrado las llaves, para que no pase lo que pasó, para que entres y salgas cuando lo necesites. Yo tengo tanto que darte, más que besos, abrazos y risas; tengo para ti una vida pletórica. Soren, déjame darte una vida pletórica, tú tan solo sé la droga inocua de esta muñeca tóxica. Sé mi placebo —.
Súbitamente el corazón del niño de agua se detuvo; se acostó boca abajo, giro su cabeza y dijo:
—Lola, demos una vuelta por el universo, para qué conformarnos con el sol; naveguemos entre planetas. El camino es muy extenso y a veces no se ve. Vamos a donde estemos juntos no importa la dimensión, solo no sueltes mi mano porque esa es mi intención. Solo dejémonos volar, que el viento nos lleve hasta donde la fe y la razón sean una y la incertidumbre nos permita elevarnos más allá de sus muros —.
Súbitamente el hurón salió del espejo y corrió a la cocina.
—Lola, sigamos persiguiendo hurones, vayamos al árbol deshojado a jugar, vaguemos, juguemos, Lola regala todos tus sweaters y sudaderas, deshazte de tus rebozos y chamarras que aquí todo el tiempo hay sol—.
Súbitamente Soren P. se levanto — ¡Lola! ¡dejamos al payaso en la cajuela!—. Con los ojos llenos de emoción, ambos salieron con un par de sierras. Lola tenía puesto el vestido azul, Soren tenía su sombrero verde. Críptica traía las pulseras de siempre en el brazo que no acostumbra traerlas. Sadnerson traía el fragmento de luna que, desde hace poco, acostumbra cargar en el cuello.
Soren tiene novecientos veintitrés oleos sin terminar; ocupan ya todo el espacio bajo su cama, no estorban.
Lola ocupa tres cajones de los cuatro que tiene su escritorio. Uno tiene sombreros; el otro cuadernos. El tercero: una caja de medicamentos, apartadores de libros, tres pequeñas cajas; en la tercera guarda un arete roto y un chocolate. En el mentado cajón, una libreta de pendientes y cosas por adquirir; unas tablitas, un encendedor, un ratón y un gato.
Soren ocupa un estante de los muchos que tiene su gigantesco mueble. Debajo de la televisión, y sobre la repisa, una capa de polvo. Junto a la televisión todo o nada; de día nada, de noche todo: el reproductor de música, el porta papelitos de piel, monedas, pelusas, el dinosaurio mocoso que carga con tres llaves: una para la reja y dos para la puerta de madera. Desde hace poco también se encuentran ahí, las llaves del “Laberinto sin minotauro”. ¿Qué hace Soren con las llaves del laberinto de Lola?
En el último día de cuarto menguante, un suceso que no tardaba en presentarse, la parte mas hydesca de Lola se develó. Y esto fue lo que sucedió:
Soren y Lola fueron a una sala de ruidos a cenar. Saltaron, rieron, jugaron, cenaron; dichosa cena aprovecho mucho a Soren, pero a Lola le produjo indigestión. Llegada a su casa se acostó en su cama, en seguida, un remolino proveniente de la luna del ropero hizo volar las cortinas, el estambre que con tanto esfuerzo Lola había desanudado, volaron las hojas del escritorio, se calló la taza de té. Cuando hubo pasado todo, el estambre apareció como un gran nudo de nuditos, el té había borrado las letras de las hojas; aunado al desorden, el fuerte dolor de estómago de Lola había contagiado a su corazón. Estaba tan de malas, tan triste, que se dejo ir, se dejo transformar, así nada más, sin ninguna buena razón; así que corrió a su laberinto a refugiarse, se encerró. Pasaron cuatro días, en cada uno de ellos Soren toco a la puerta del laberinto, la llamó, le gritó, la pensó, nadie contestó. Tremenda frustración la de Soren, saber que Lola estaba ahí sin querer hablar. La tarde lluviosa del día cuatro, Críptica salió. Llegó a tomar un baño, curo su rodilla izquierda la cual estaba raspada; zurció su brazo derecho, el cual estaba descocido; por último suturó una herida en su corazón, por la que se le salía la plastilina.
—Soren— llamaba Críptica a S. Sadnerson para despertarlo; él estaba profundamente dormido en el lado húmedo de la almohada. Respondió muy serio — ¿Por qué te encerraste?, ¿Acaso no sabes que te escucho cuando lo necesitas y te abrazo cuando me fastidias? —. Acto seguido Lola se metió a las cobijas con él; conversaron por un buen rato, de fotografías, de los presentimientos de Lola, de los gestos de Soren, del chocolate, de las canciones que cantan, de cosas que Lola odia escuchar, de sus tristezas, de los tonos grises de Soren. Luego se quedaron en silencio. En algún momento los dos se quedaron sumergidos en el techo. En algún momento Lola comenzó a hablar.
— Soren; me basta con saber lo necesario, lo demás quiero ignorarlo. Es suficiente saber que tu aura es azul pizarra; que examinas los botes de gelatina antes de comerla; que pronuncias dos sonoros “ja” antes de comenzar a reír; que cuando me besas cierras los ojos y exhalas un poco de ti. Me es suficiente saber que en tu playa hay una cabaña blanca, que el sol te despierta; que los parpados de tus ventanas siempre están cerrados. Que el dinosaurio ya no tiene moco. Yo se todo eso y otros detalles que te hacen ser lo que eres; pero no se bien que me das, ni porque… no puedo nombrarlo. Sadnerson, yo tengo un bosque con los árboles más diversos, es un bosque frío, casi siempre silencioso. Tengo noventa y siete plumas, de las cuales solo uso una, para escribirte, para imaginar que es cuchillo y jugar a que soy Norman Bates y tu Marion Crane. En el bosque el laberinto; en el centro de éste he enterrado las llaves, para que no pase lo que pasó, para que entres y salgas cuando lo necesites. Yo tengo tanto que darte, más que besos, abrazos y risas; tengo para ti una vida pletórica. Soren, déjame darte una vida pletórica, tú tan solo sé la droga inocua de esta muñeca tóxica. Sé mi placebo —.
Súbitamente el corazón del niño de agua se detuvo; se acostó boca abajo, giro su cabeza y dijo:
—Lola, demos una vuelta por el universo, para qué conformarnos con el sol; naveguemos entre planetas. El camino es muy extenso y a veces no se ve. Vamos a donde estemos juntos no importa la dimensión, solo no sueltes mi mano porque esa es mi intención. Solo dejémonos volar, que el viento nos lleve hasta donde la fe y la razón sean una y la incertidumbre nos permita elevarnos más allá de sus muros —.
Súbitamente el hurón salió del espejo y corrió a la cocina.
—Lola, sigamos persiguiendo hurones, vayamos al árbol deshojado a jugar, vaguemos, juguemos, Lola regala todos tus sweaters y sudaderas, deshazte de tus rebozos y chamarras que aquí todo el tiempo hay sol—.
Súbitamente Soren P. se levanto — ¡Lola! ¡dejamos al payaso en la cajuela!—. Con los ojos llenos de emoción, ambos salieron con un par de sierras. Lola tenía puesto el vestido azul, Soren tenía su sombrero verde. Críptica traía las pulseras de siempre en el brazo que no acostumbra traerlas. Sadnerson traía el fragmento de luna que, desde hace poco, acostumbra cargar en el cuello.
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