Poco después, Críptica fue al árbol del jardín, que antaño, Soren construyó para ella. Desató el nudo que mantenía asfixiado al zombie y lo dejó ir, ya era mucho el hedor y muchas las moscas; Soren siendo tan pulcro seguro no estaría por ahí. Sin darse cuenta, Lola esperaba encontrarlo en aquel lugar.
El zombie caminaba a quien sabe dónde, decididamente presuroso se alejaba, no la vio despedirse. La niña plastilina regresó a casa; en su habitación planteó a Sileo Saturnus la expedición: el lago, la playa, la luna y la casa del bosque.
El joven Saturnus dirigió a Janssen blanca mirada; el gato entendiendo preguntó a Lola: ¿Y si no esta en esos lugares, a dónde lo irás a buscar? Se perdió la niña en súbita conciencia, pues no había considerado no encontrarlo.
Sin pensar más en desagrados, Lola y Sileo se marcharon. Tal como Sir Frankenstein lo había pensado: en el lago no estaba el bote, en la playa la casa blanca estaba abandonada; en la luna el hurón sabía nada y, la casa del bosque se hundía en polvo.
De regreso Janssen esperaba con té negro y panecillos. — Nada Janssen, ni rastros, ni huellas, ni pistas, nada. Quiero dormir, descansar largo para no tener que llorar, porque hay una edad, tú sabrás, en la que ya no se pueden permitir los berrinches —. Acabó Lola.
Pasados unos cuantos días, la señorita Críptica dio órdenes de demolición: estoy bien segura Sileo, esas cabañas ya no están habitadas… ¿el parque? Pues no podemos matar un árbol, que lo lleven al laberinto… ¿el laberinto? Mañana mismo nos vamos los tres a renovarlo.
Se cumplían las órdenes de destrucción. Mientras tanto, Lola y el afelpado par, llenaban el laberinto de nuevas plantas, de fuentes, descolgaban nubes grises; por todos lados quitaban viejos colores para colocar nuevos. Fue cuando la niña repartía animalillos, que conectó: abejas-panal.
En urgente sesión, con frascos de Zareth, con pizarrones y opiniones, aquella ocurrente dio la noticia: “Si Soren no se encuentra en lugares, seguro en algún tiempo estará. Un panal del tiempo; voy a buscar a Herr P. Sadnerson”.
—Señorita Críptica, ¿no se le ha ocurrido, que quizá Señorito Soren no quiere ser encontrado?— Sir Frankenstein irrumpió en la ilusión de Lola otra vez; el joven Saturnus atinó agarrar de la mano a su amiga para partir.
—Esta vez voy sola Sileo. Janssen querido, he pensado que Soren huye, que se esconde, que esta perdido, que algún payaso se lo llevó. Hay muchas posibilidades, pero solo considero una: buscarlo hasta convertirme en estrella—. Lola abrazó a sus amigos y se metió al panal.
Por fuera la pequeña audiencia vio a la exploradora desaparecer. Por dentro, Lola escuchaba al panal zumbar, lo sentía agitarse zigzagueante. Se detuvo. Al salir del panal, Lola se encontraba en algún desierto.
El zombie caminaba a quien sabe dónde, decididamente presuroso se alejaba, no la vio despedirse. La niña plastilina regresó a casa; en su habitación planteó a Sileo Saturnus la expedición: el lago, la playa, la luna y la casa del bosque.
El joven Saturnus dirigió a Janssen blanca mirada; el gato entendiendo preguntó a Lola: ¿Y si no esta en esos lugares, a dónde lo irás a buscar? Se perdió la niña en súbita conciencia, pues no había considerado no encontrarlo.
Sin pensar más en desagrados, Lola y Sileo se marcharon. Tal como Sir Frankenstein lo había pensado: en el lago no estaba el bote, en la playa la casa blanca estaba abandonada; en la luna el hurón sabía nada y, la casa del bosque se hundía en polvo.
De regreso Janssen esperaba con té negro y panecillos. — Nada Janssen, ni rastros, ni huellas, ni pistas, nada. Quiero dormir, descansar largo para no tener que llorar, porque hay una edad, tú sabrás, en la que ya no se pueden permitir los berrinches —. Acabó Lola.
Pasados unos cuantos días, la señorita Críptica dio órdenes de demolición: estoy bien segura Sileo, esas cabañas ya no están habitadas… ¿el parque? Pues no podemos matar un árbol, que lo lleven al laberinto… ¿el laberinto? Mañana mismo nos vamos los tres a renovarlo.
Se cumplían las órdenes de destrucción. Mientras tanto, Lola y el afelpado par, llenaban el laberinto de nuevas plantas, de fuentes, descolgaban nubes grises; por todos lados quitaban viejos colores para colocar nuevos. Fue cuando la niña repartía animalillos, que conectó: abejas-panal.
En urgente sesión, con frascos de Zareth, con pizarrones y opiniones, aquella ocurrente dio la noticia: “Si Soren no se encuentra en lugares, seguro en algún tiempo estará. Un panal del tiempo; voy a buscar a Herr P. Sadnerson”.
—Señorita Críptica, ¿no se le ha ocurrido, que quizá Señorito Soren no quiere ser encontrado?— Sir Frankenstein irrumpió en la ilusión de Lola otra vez; el joven Saturnus atinó agarrar de la mano a su amiga para partir.
—Esta vez voy sola Sileo. Janssen querido, he pensado que Soren huye, que se esconde, que esta perdido, que algún payaso se lo llevó. Hay muchas posibilidades, pero solo considero una: buscarlo hasta convertirme en estrella—. Lola abrazó a sus amigos y se metió al panal.
Por fuera la pequeña audiencia vio a la exploradora desaparecer. Por dentro, Lola escuchaba al panal zumbar, lo sentía agitarse zigzagueante. Se detuvo. Al salir del panal, Lola se encontraba en algún desierto.
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