Una mañana de sol fresco, Lola entregó dichosa carta estrellada a Soren, pero apenas la leyó, estaba ocupado en sus juegos de ajedrez; justo en ese momento, cuando acabó de leer la carta, le dio un besillo y una sonrisilla a Lola, la niña plastilina recordó que solo con berrinches puede lograr atención del niño agua.
— Soren P., quizá a Sisi le parezca agradable ir a pescar— mañosa sugería.
— Lola, estamos jugando ajedrez…. ¡Shhh! — la callaba distraído.
— Bueno, pero luego no digas que no lo sugerí— se alejó tranquila y sonriente. Estas dos señales en especial, crepitan en la espina dorsal del Herr P. Sadnerson, así que sin perder más los minutos del reloj, Soren y Sisi se enbicicletaron al lago.
Lola podía ahora empacar y huir de Soren. Ya tenía planeado irse de primera escala a Vicky Ranch; ya sabía que después iría a donde Oxford y a Lexington, quizá a Bruselas, quizá también a Polonia. Olga Pulga, de buena gana, le ofreció el asiento de copiloto de su camioneta… y es que la idea original de ir al Ranch era de Olga, no de Lola; su querida amiga talvez no huía. Olga, solo Olga se sabe.
Sacó planos, mapas y climatología de estos lugares, examinó y ordenó. Empacaba y desempacó, despidió a Olga en la puerta, la vio alejarse con el asiento vacío. Antes de retornar a su cuarto, pudo ver de reojo a su archienemiga vecina, se detuvo, pudo ver también a Venancio…. Pero no tenía ganas de jugar.
Logró llegar a su guarida, extraviada se refugió en la cocina: cococha y leche de chocolate, no para ella, ni para Sisi, solo para Soren; baño arrancoso para la peste a día de pesca y aquella cobija que tan bien abrigaba al niño de agua. Lo esperó en la cocina, en la sala, y finalmente en la habitación, en el sillón.
No había Sisi, mucho menos Soren P. Sadnerson. Ya no regresaron, ya no regresó.
Pasaron días, la cococha fría y mohosa seguía esperando, la leche ya no existía y el peligro avecinó. Paso sola y suave, hasta que un día escuchó un melodioso sonido proveniente de la luna del ropero; era el Hurón. – Niña, niña plastilina; aquí te traigo un encargo, precioso regalo de sustitución-. Lola le nombró Sileus Saturnus.
No tenía muchos días en su habitación aquel peculiar amigo; cuando una tarde de hartante calor, Lola vio salir del pasto del jardín, fantasmas y un monstruo bokowskiano.
Pero Sileo no es Soren. Cuando los espantos se fueron, Lola quedó en su cuarto, un poco destrozada, menos encriptada, asustada; había tanto que limpiar…. Parecía que había pasado por ahí un huracán. Lamentosa Lola, necesitaba de Soren, como siempre, aullante lo odiaba. ¿Dónde búscalo? ¡A dónde ir a destriparlo?
Regresó Olga de Vicky Ranch, junto con ella, en el asiento del copiloto, la Sombrerera, con pizza japonesa y negra cerveza. — ¿Qué me has traído de tu viaje?— masticaba Lola…. “un Soren para recordar”.
— Soren P., quizá a Sisi le parezca agradable ir a pescar— mañosa sugería.
— Lola, estamos jugando ajedrez…. ¡Shhh! — la callaba distraído.
— Bueno, pero luego no digas que no lo sugerí— se alejó tranquila y sonriente. Estas dos señales en especial, crepitan en la espina dorsal del Herr P. Sadnerson, así que sin perder más los minutos del reloj, Soren y Sisi se enbicicletaron al lago.
Lola podía ahora empacar y huir de Soren. Ya tenía planeado irse de primera escala a Vicky Ranch; ya sabía que después iría a donde Oxford y a Lexington, quizá a Bruselas, quizá también a Polonia. Olga Pulga, de buena gana, le ofreció el asiento de copiloto de su camioneta… y es que la idea original de ir al Ranch era de Olga, no de Lola; su querida amiga talvez no huía. Olga, solo Olga se sabe.
Sacó planos, mapas y climatología de estos lugares, examinó y ordenó. Empacaba y desempacó, despidió a Olga en la puerta, la vio alejarse con el asiento vacío. Antes de retornar a su cuarto, pudo ver de reojo a su archienemiga vecina, se detuvo, pudo ver también a Venancio…. Pero no tenía ganas de jugar.
Logró llegar a su guarida, extraviada se refugió en la cocina: cococha y leche de chocolate, no para ella, ni para Sisi, solo para Soren; baño arrancoso para la peste a día de pesca y aquella cobija que tan bien abrigaba al niño de agua. Lo esperó en la cocina, en la sala, y finalmente en la habitación, en el sillón.
No había Sisi, mucho menos Soren P. Sadnerson. Ya no regresaron, ya no regresó.
Pasaron días, la cococha fría y mohosa seguía esperando, la leche ya no existía y el peligro avecinó. Paso sola y suave, hasta que un día escuchó un melodioso sonido proveniente de la luna del ropero; era el Hurón. – Niña, niña plastilina; aquí te traigo un encargo, precioso regalo de sustitución-. Lola le nombró Sileus Saturnus.
No tenía muchos días en su habitación aquel peculiar amigo; cuando una tarde de hartante calor, Lola vio salir del pasto del jardín, fantasmas y un monstruo bokowskiano.
Pero Sileo no es Soren. Cuando los espantos se fueron, Lola quedó en su cuarto, un poco destrozada, menos encriptada, asustada; había tanto que limpiar…. Parecía que había pasado por ahí un huracán. Lamentosa Lola, necesitaba de Soren, como siempre, aullante lo odiaba. ¿Dónde búscalo? ¡A dónde ir a destriparlo?
Regresó Olga de Vicky Ranch, junto con ella, en el asiento del copiloto, la Sombrerera, con pizza japonesa y negra cerveza. — ¿Qué me has traído de tu viaje?— masticaba Lola…. “un Soren para recordar”.
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